Mi padre fue mi maestro de este arte del decir, me traspasó su energía, su esencia, hasta su sentir.
Mi padre vive conmigo, lo siento en mi pensamiento, en mi voz, en mi latido, en el sonido del viento.
Lo reconozco en mi voz a pesar de ser mujer; mi padre tuvo ese hacer, esa sensible emoción, femenina, temerosa, tímida, incierta, amorosa. Mi padre fue un ruiseñor con trinos que te enamoran, mi padre tocaba el cielo, con sus tonos de amapola. Su dicción era perfecta, como la mía de ahora, sus palabras suavecitas o duras, según la hora.
Mi padre lo llevo en mí, con mi emoción contenida y con esa mala leche tan de la familia Díaz.
Mi padre nunca murió, lo escucho por las mañanas, por las tardes, por las noches en todos los fotogramas.
Dios te salve padre mío, y te guarde en mi memoria, todo fue como es debido, perdonémonos las fobias.
Gracias por haber nacido.
Por enseñarme tu oficio, por transmitirme tu historia.