La inocencia tiene nombre de niño pero a veces se disfraza de anciano.
Perder la inocencia es morir un poco, dejar de ser inocentes nos convierte en seres sin esperanza.
Me reconozco inocente, incluso ingenua, tal vez hasta tonta o ilusa.
Pero sin esa ilusión no se puede vivir. Ilusión para levantarte cada día y agradecer el milagro y la oportunidad de respirar y oler las flores y el rocío de la mañana.
Ilusa para seguir creyendo en la bondad y en el amor. Ilusa para esperar que el bueno siempre gane al malo, como en las películas que veíamos de niños.
Inocente también es lo contrario de culpable.
Y sentirse culpable no es nada inocente.
Es una carga absurda, oscura, religiosa, obsoleta y absolutamente inútil que deberíamos descartar de nuestro vocabulario.
Me declaro inocente y libre de culpa.