No tengo recuerdos de mi infancia o tal vez los he borrado en ese cerebro ignoto que almacena mi pasado .
Mi niñez fue la de una niña de familia media bien, fui la hija de un artista y la de una mujer diez.
Tuve una hermana pequeña y una abuela tan genial que se hizo dueña de casa regalando amor incondicional.
Fui al colegio de monjas, y vi esa tele pequeña que en blanco y negro y con rombos acompañaba las cenas.
Celebrábamos las fiestas, los sábados y los domingos, nos vestíamos de fiesta, y todo parecía bonito.
Y me dio por estudiar y por sacar buenas notas para que mis buenos papás me amaran a todas horas.
Y ellos hicieron lo propio en medio de sus historias, historias que yo intuía con ese ojo que no notas.
Los niños todo lo ven, los niños todo lo saben, los niños son ese bien que olvidas que miran y oyen.
Mi mente empezó a pensar antes de tiempo y espacio y el hall de mi casa bella se convirtió en mi confesionario.
Allí escuchaba canciones invadida de tristeza, con nostalgia de un lugar que no sabía que existiera.
Somos una esencia errante caída de alguna estrella y anhelamos el camino que devuelve a la belleza.
Y no tuve mucho tiempo de mirarme para adentro, me enamoré de mi sombra y me casé sin saberlo.
Luego parí dos princesas envueltas en celofán, sin tener ni puta idea de lo que era ser mamá.
Y así tira que te vas, entre crisis y pañales me separé y trabajé en un oficio delirante.
La delirante era yo…pero yo no me veía. En los ojos de papá cada día me perdía.
Mi mamá nos dejó pronto, sutil y tan invisible que hoy debe estar dando palmas disfrutando lo imposible.
Y llegaron esos años en los que crees que la vida es bonita y tan perfecta… que se desmorona un día.
Y entonces tocas el fondo del pozo más negro y hondo y te empeñas en salir de cualquier forma, de cualquier modo.
Y hoy agradezco a la vida la experiencia compartida, para poder ser la mujer que en el espejo se mira.
Esa mujer orgullosa de su alma bondadosa, de su corazón abierto, a los cuatro vientos, a todos los polos
Que no tiene miedo al miedo, que no se muerde las uñas, que disfruta cada día con el pan y con las uvas
Que se mira en el espejo y empieza a reconocerse, que está curando sus alas para volar más valiente
Que se convierte en estrella, en pájaro, en coliflor, que baila con las luciérnagas y que cree en el AMOR