Carita de zanahoria, cuerpito de coliflor, se te ha pasado la vida con el mismo camisón. No se estropea la ropa, como me estropeo yo. Mi cuerpo se descompone, mi ropa huele a almidón.
Los minutos y las horas, los días que se suceden forman una orquesta rara, una sinfonía perenne.
Hoy es lunes, luego viernes, ayer verano, hoy diciembre.
Antes tuve el pelo largo, hoy tengo canas en las sienes.
Y me miro en el espejo y busco a mi niña chica que se escondía del mundo, que pasaba inadvertida. Y la busco y no la encuentro y me la llevo a dormir, esperando que en mi sueño se aparezca en mi jardín.
Y me miro y me doy besos, y me parece mentira que me quepa el camisón que ayer mismo me ponía.
Con el que me hice mayor, soñando que me dormía, con el que tuve a mis hijas creyendo que te quería.
Carita de zanahoria se me pone cuando pienso que se han pasado los años y yo sigo el mismo cuento. Buscando la caracola que perdí en aquel colegio, donde las monjas rezaban y yo me creía sus rezos.
‘Caminante son tus huellas el camino, nada más, caminante no hay camino, se hace camino al andar’ dice un poema del maestro Machado.
La vida es ese caminar que no puedes dejar de andar, donde no puedes volver la vista atrás, donde cada paso es el resultado del camino recorrido, pero también cada paso puede ser el comienzo de un nuevo camino..
Ni religiones, ni curas, ni políticos, ni cuentos, ni médicos, ni maestros, ni padres, ni amigos eternos.
Una semilla estelar, venida de otro planeta que decide experimentar…¿el karma?
Sólo tú tienes la respuesta.
Traes todos los instrumentos, los ingredientes precisos, para cocinar tu plato, para tocar el concierto más divino.
Pero nos perdemos en el intento.
Y nos llevan al colegio y creemos que tenemos que ganarnos el sustento con el sudor de la frente y perdemos nuestro divino tiempo en la rueda del hámster que da vueltas in eternum.
Tú creas tu propio karma, tú matas tu propio sueño, tú entregas tu tierna vida al carcelero perverso.
Deja ya de alimentar tanto horror y tanto miedo. Tú eres el dueño de tu vida. Tú eres Amor eterno.
Eres Dios mismo encarnado disfrutando este momento, experimentando el misterio de vivir aquí encerrado gozando con este cuerpo.
¡Mírate hermano! Y respira. Libera tu ser perfecto de esta matrix de mentira. Despierta de este mal sueño.
Romancillo de Mayo
Por fin trajo el verde Mayo
correhuelas y albahacas
a la entrada de la aldea
y al umbral de las ventanas.
Al verlo venir se han puesto
cintas de amor las guitarras,
celos de amor las clavijas,
las cuerdas lazos de rabia,
y relinchan impacientes
por salir de serenata.
En los templados establos,
donde el amor huele a paja,
a honrado estiércol y a leche,
hay un estruendo de vacas
que se enamoran a solas
y a solas rumian y braman.
Los toros de las dehesas
las oyen dentro del agua
y hunden con ira en la arena
sus enamoradas astas.
Remudan los claros ciervos
su cornamenta arbolada
igual que un ramo de rayos
y una visión de navajas.
La cabra cambia de pelo,
cambia la oveja de lana,
cambia de color el lobo
y de raíces la grama.
Son otras las intenciones
y son otras las palabras
en la frente y en la lengua
de la juventud temprana.
Los celosos chivos pierden
entre sus dientes sus barbas:
se rinden a cabezazos,
se embisten y se maltratan,
y en medio de los ganados
mueven, lo mismo que espadas
rabiosas y deseosas,
lenguas amantes y patas.
Van los asnos suspirando
reciamente por las asnas.
Con luna y aves, las noches
son vidrio de puro claras;
las tardes, de puro verdes,
de puro azul, esmeraldas;
plata pura las auroras
parecen de puro blancas,
y las mañanas son miel
de puro y puro doradas.
Campea mayo amoroso;
el amor ronda majadas,
ronda establos y pastores,
ronda puertas, ronda camas,
ronda mozas en el baile
y en el aire ronda faldas...
Despacito y bien derecha, no te quieres agachar. La cabecita bien alta, no te vayas a encorvar. Siempre fuiste muy discreta, la vida te quiso dar cosas que tú no querías o no supiste apreciar. Secretaria empedernida, casada con tu trabajo, de mañana, mediodía tarde o noche y a destajo. De tu casa a la oficina, los domingos por la tarde te permitías el lujo de bailar en algún baile. Y te ibas de excursión y a veces de vacaciones y así has pasado la vida, sin muchas más emociones. Tu mamá no te cuidó cuando a ti más te hacía falta, pero vivió muchos años contigo y las telarañas. Vidas largas, juergas pocas. Sin excesos, ni excepciones. Todo es como es debido, ya no me hago ilusiones. Has llegado a los noventa, con la cabeza bien clara, la cadera soñolienta, las piernecitas cansadas… Pero aún te queda fuelle y si quieres un consejo, baila, canta, sueña, ríe….todavía estás a tiempo. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Hoy es siempre todavía, pero recuerda, querida tía, que hoy la vida aún te permite salir a tomar el sol. Agradece y mira al cielo, disfruta de tus noventa, tu vida no ha sido fácil, tu muerte será una siesta. Sin hacer mucho ruido, sin dolor, sin estruendo. Te irás despacio algún día al país donde los sueños que no tuviste de niña te regalan su misterio. Hecho está, yo lo decreto. Y así será mi tieta, fuiste buena, fuiste bella, fuiste una niña pequeña.
Un hombre estaba muy interesado en conocerse a sí mismo, en iluminarse. Toda su vida había buscado un maestro que le enseñara la meditación. Había ido de maestro en maestro, pero no sucedía nada.
Pasaron los años, y estaba ya cansado, exhausto. Entonces alguien le dijo:
—Si de verdad quieres encontrar a un maestro, tendrás que ir al Himalaya. Allí vive uno, en una parte incógnita; tendrás que buscarle. Una cosa es cierta, el maestro se encuentra allí. Nadie sabe exactamente dónde, porque cuando alguien llega a dar con su paradero, él se adentra todavía más en las cordilleras del Himalaya.
El hombre se estaba haciendo viejo, pero hizo acopio de valor. Durante dos años trabajó para ganar el dinero del viaje y se puso en camino. Así que tuvo que viajar en camellos, en caballos y después seguir a pie hasta alcanzar el Himalaya. La gente le decía:
—Sí, conocemos al anciano, es muy viejo; uno no puede saber qué edad tiene, quizá trescientos años, o incluso quinientos años, nadie lo sabe. Vive por aquí, pero el sitio exacto no lo sabemos. Nadie sabe exactamente por dónde para, pero anda por aquí. Si buscas con empeño le encontrarás.
El hombre buscó y buscó y buscó. Durante dos años estuvo vagando por el Himalaya. Estaba cansado, exhausto, absolutamente exhausto; viviendo sólo de frutos salvajes, hojas y hierbas. Había perdido mucho peso. Pero estaba determinado a encontrar a ese hombre. Merecía la pena, aunque le costara la vida.
Un día vio una pequeña cabaña, una cabaña de paja. No tenía puerta. Miró dentro, pero allí no había nadie. Y no sólo no había nadie, sino que todo indicaba que durante años no había habido nadie. Puedes hacerte una idea de lo que le pasó a aquel hombre; cayó al suelo. De puro cansancio dijo:
—¡Me rindo!
Se encontraba allí, tumbado bajo el sol, con la fresca brisa del Himalaya. Y por primera vez, empezó a sentirse tan feliz. Nunca había sentido tal dicha. De repente se sintió lleno de luz. De repente todos los pensamientos desaparecieron, de repente se transportó; y sin razón alguna, porque no había hecho nada. Y entonces se dio cuenta de que alguien se inclinaba hacia él.
Abrió los ojos. Allí estaba; un hombre muy anciano. Éste, sonriendo, dijo:
—Así que has venido. ¿Tienes algo que preguntarme?
Y el hombre contestó:
—No.
Y el anciano se rió, dio grandes carcajadas que resonaron en el eco de los valles.
—¿Sabes ahora qué es la meditación?
Y el hombre dijo:
—Sí.
¿Qué había sucedido?
Aquella exclamación que salió del núcleo más interno de su ser: «¡Me rindo!» En ese rendirse, todos los esfuerzos mentales orientados a una meta desaparecieron, todas las tentativas desaparecieron. Y la dicha se vertió sobre él. Se quedó en silencio, ya no era nadie, y tocó el último estrato del no-ser. Entonces supo lo que era la meditación.
La meditación es un estado mental sin metas.
El ego está orientado hacia los resultados, la mente siempre ansia resultados. La mente nunca está interesada en el acto en sí mismo, su interés es en el resultado. «¿Qué es lo que voy a ganar con ello?»
El ser no está orientado hacia los resultados.
La meditación les sucede sólo a aquellos que no están orientados hacia los resultados.
Cuando te rindes a tu ser, entonces no hay necesidad de ir a ninguna parte, Dios vendrá a ti.
Exclama desde muy dentro: «Me rindo.» Y el silencio descenderá, la bendición te rociará.