…Y un día el doblaje perdió la magia.
Nos quedamos solos ante el micrófono. Sin réplica. Conectados al pinganillo pero desconectados de la energía que se creaba cuando trabajábamos juntos. Codo a codo, empujón a empujón, achuchón a achuchón. A veces con mal olor pero otras muchas con buen rollo y muchas risas y complicidades.
Hacíamos amigos, o eso creíamos, e íbamos construyendo historias take a take, ensayo a ensayo, grabación a grabación…
Y cuando se encendía la luz roja y nos poníamos en situación, concentrados y a punto de grabar nuestra voz para casi la eternidad, entonces, se producía la magia. Cierto es que algunos eran más magos que otros, pero a todos nos recorría por el cuerpo la emoción de haber hecho un pequeño milagro. Después, cuando escuchábamos nuestras voces saliendo de la pantalla, todas juntas, con sus trampas, sus gestos pisados, su sincronía artesana y equilibrista sin manipulación técnica, entonces el milagro era total.
Íbamos cocinando lentamente la película, a fuego lento y eso nos permitía comprender los diálogos previamente trabajados desde el anonimato de la adaptación y meternos en el argumento. ¡Entendíamos lo que decíamos!
Eran otros tiempos. Otra profesión. Otra historia.
Cuanta razón en tus palabras.
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