Te secuestran tempranito, antes de que te des cuenta, en cuanto sales del huevo te meten en la trinchera.
Y tú irás enfadado, al principio, casi sin fuerzas. Obligado y separado de tu mamá, de tus pertenencias.
Llorarás, te quejarás, sacarás todas tus fuerzas y, poco a poco, despacio, te meterán entre rejas.
Te adjudicarán un nombre, un amigo, una maestra. Ella será tu mamá, tu papá, hasta tu abuela.
Y te darán de comer el rancho y harás la siesta. Y cuando se acabe el día, al fin te abrirán la puerta.
Pronto memorizarás, escribirás y haras las cuentas que a ti nunca te saldrán, no entiendes tanta inconsciencia.
Y así estarás secuestrado, esos años que te esperan hasta ser un ser humano con la cabeza revuelta.
Aprenderás muchas cosas que no sirven para nada, con tal de tenerte quieto, sin pensar, sin hacer nada.
Sin descubrir tu misión, sin saber a qué viniste, y buscarás un trabajo para pagar tu día triste.
Y sin darte apenas cuenta un día llegas a viejo y deshaces la madeja y reconoces el cuento.
El engaño perpetrado, la mentira consentida, la distopía, la burla que cometen con tu vida.
Y entonces te miras dentro y te ves y reconoces que el secuestro fue perverso, que fuiste un esclavo inútil, y abrirás todas tus alas y mirarás para dentro y perdonarás sus faltas y nunca más estarás muerto.