Con los ojos cerrados, la boca semiabierta, el pelo alborotado, la cabeza de lado y las manos alertas.
Antes de que la peli se acabe sin remedio, me sumerjo en la vida que aún creo que me queda.
Y no le tengo miedo a la muerte escondida, no temo que me lleve al mundo de los sueños.
Le temo al hospital, a la cama de enfermo. Le temo a la memoria sin memoria del tiempo.
No temo que mi cuerpo se convierta en ceniza. Mi cuerpo es la carcasa, de mi esencia divina.
No temo a los gusanos, a la Tierra bendita. Le temo a los humanos que destrozan la vida.
Me duermo en los laureles, yo ya no tengo prisa. Me despierto despacio, me duermo sin pastillas.
Me miro en el espejo y aún me veo bonita. La vejez no es un duelo, es la savia de la vida, que te acerca a ti mismo y a tu sabiduría.