Tu tienes el poder. El poder de crear o destruir. El poder de sanar o enfermar.
¡Si! Es mucha responsabilidad y probablemente prefieras dejársela a los doctores o a los políticos, a tu jefe o a tu padre.
Hasta que descubras que ni tu padre, ni tu jefe, ni el político de turno, ni tu médico de confianza tienen poder sobre ti.
Y ese es un descubrimiento que libera y compromete al mismo tiempo.
Que te coloca en la posición de protagonista de tu vida.
Ya no tienes excusas. Ya no puedes echarle la culpa a nadie.
Y pasa por perdonar y perdonarte. Por soltar y desapegarte, por aceptar y agradecer.
Y pasa por amar hasta el infinito a tu ser , a tu niño interior, a tu alma y a tu cuerpo.
Pasa por cuidar tus palabras y tus comidas. Tus actos y pensamientos.
Pasa por tratar bien a los animales y a las plantas. A tus hijos y a tus padres.
Pasa por no tomarte nada personalmente y no hacer suposiciones.
Pasa por hacerlo siempre todo lo mejor posible y ser cuidadoso cuando hablas.
La palabra es energía.
Energía creadora o destructora.
Las palabras pueden herirte de muerte o sanarte de vida
Eres poderoso y responsable de la armonía de tu entorno
Eres un creador de realidades
¿Empezamos a crear en serio la nueva humanidad? ¿O seguimos delegando el poder a los demás?