Yo me quiero morir sana, con plena conciencia, sabiendo a lo que voy y valorando lo que dejo.
Me quiero morir en casa, una tarde de verano agarrada de la mano, cantando mientras me voy.
Me moriré despacito, sin hacer mucho ruido, sin dar la lata al vecino, nunca me gustó el barullo.
Mi muerte será discreta, pero harán cola en la puerta, el amor que haya sembrado brotará en el otro lado.
Porque yo no moriré, porque la muerte no existe, y tú no vas a estar triste, no tendrás necesidad.
Me querrás aún de ese modo, muerta, pero con decoro. Sana, joven, predispuesta a volar hasta esa puerta que nadie quiere cruzar.
La muerte es una frontera entre tú y la eternidad.
Y me moriré sanita, sin las píldoras malditas, que te recetan los dioses de la farmacia infernal.
Me moriré muy contenta, he vivido hasta la ‘siega de la patata’, pequeña, como decía mi padre antes de irme a acostar.
Y no me despediré, nos veremos en la esquina, la vida es tan chiquitina… no hay principio ni final.