Cada vez más frecuentemente encuentro ratos para mí. Esos ratos donde el tiempo no existe.
Cada vez más a menudo consigo desconectar para conectarme conmigo misma y con el placer de respirar.
Cada día un poquito aprendo a no mirar atrás, a olvidarme de mañana, a vivir y nada más.
Y me cuesta lo indecible parar el ruido mental, pero despacio y sin prisa, cada vez lo logro más.
Y enfrentarme a los parásitos que me acechan sin parar y mirar de cara al miedo y enfrentar la oscuridad.
Cada vez me cuesta menos, perdonarme y perdonar y confiar en mí misma y en mi eterna eternidad.
Cada vez está más cerca la paz y la capacidad de aceptar todas las cosas, sin juicio, sin vanidad.
Confiando en que la vida lo hace bien sin más ni más, que todo es como es debido y nadie le debo ya.
Cada vez que miro al cielo, me imagino más allá, abrazando a los que quiero y brindando con champán.