Desde la certeza total y la seguridad infinita de que ya todo está ganado, me observo a veces demasiado quisquillosa y pesadita.
Atosigo y quiero convencerte de que sigas mi camino, cuando a veces ni siquiera conozco bien el destino.
Soy pesada e insistente, no me callo, ni desisto, me vuelvo absurda, ineficaz, demasiado persistente.
Te tengo que acompañar pero no te debería atosigar, tengo que soltar el lastre y dejar que pesques solo, si tienes ganas y coraje.
O tal vez prefieres ir a la caza de otra historia que te convenza mejor, que te suene más a gloria.
Yo me vuelvo tan pesada, tan rotundamente sabia que mi sabiduría absurda acaba dándote rabia.
Y entonces es peor el remedio que la fatal enfermedad, no me escuchas ni me das ninguna «chance» nunca más.
De modo que reflexiono, a ver si por fin aprendo, que el camino es personal, que cada uno es el dueño de su vida y su destino, de su elección y su empeño.
De ser feliz y dichoso, de seguir el camino de en medio.
Deja de ser tan latoso, cállate un poco, pequeño ser presuntuoso que te crees el listo del pueblo.