Imagino que todas las generaciones han vivido la decadencia. Todos en algún momento han vuelto a un lugar que recordaban y todo había cambiado.
Pero la calle Caspe a la altura de Paseo de Gràcia ha cambiado tanto que ya no se parece en nada al lugar donde se conocieron mis padres, donde transitaba mi abuelo cada día para ir a trabajar hace 70 años, el mismo lugar donde yo estuve trabajando hace 40. Sólo queda una emisora decana de la radio en España, EAJ1-Radio Barcelona, que ha perdido todo el glamour de los años 50-60-70 con su escalera de madera imponente por donde mi madre bajaba con sus tacones de aguja, cual estrella de cine, no en vano más de una vez la confundieron con Liz Taylor, aunque mi madre siempre fue más guapa y más simpática.
La misma emisora en donde mi padre realizaba sus radio teatros en riguroso directo con la emoción y la profesionalidad que eso significaba.
Ya no existe el maravilloso estudio Toresky, tal como lo recuerdo, donde viví como redactora aquella mágica noche del 82 donde creímos todos que por fin llegaba la izquierda al poder, ¡qué ilusos!
Hoy he vuelto a mi querida calle Caspe buscando un café que recordaba exquisito pero no recordaba que tampoco existe el mítico Bracafé. Los últimos que tuvieron el privilegio de conocerlo fueron los turistas que tampoco hoy pasean por mi ciudad.
Mi ciudad es hoy un lugar desconocido para mí, e imagino que para muchas personas de mi generación.
Regreso pues a la naturaleza, en donde los cambios no me producen nostalgia, en donde el aire me habla y me acaricia, en donde los árboles cambian su traje en equlibrio y armonía, sin sobresaltos, en donde cuando llueve, truena y relampaguea mi alma se renueva y confía en que un mundo mejor siempre es posible.