Treinta horas de retiro dan para mucho. Aprendes a valorar una taza de café y cuando encuentras en la mochila un pequeño caramelo te sabe a gloria.
Una hormiga me recorre el pantalón buscando comida. Cuánta humildad nos enseña la naturaleza. Aquí hay que buscarse la vida, no pueden comprarla y ponerla en la nevera…
Vivimos en un mundo inventado, irreal. De espaldas al sol y a la lluvia. Insignificantes insectos lo habitan y lo equilibran y unos groseros y gigantes seres lo estamos destruyendo.
Bailan los mosquitos alrededor de mi cara, pero no me pican sólo danzan y se ríen de mí, de mi inutilidad dentro de este bosque perfecto y equilibrado que me causa paz y un delicioso aburrimiento que me permite sanar mi estrés. Extraña palabra que sirve para cualquier cosa y que no significa nada.
Una bendición poder recuperar el equilibrio perdido por un trabajo y un ‘modus vivendi’ que alimenta hospitales y tumbas.
Ha salido el sol sin chispa de aire, que lo baile, que lo baile, que lo baile…
