Desde pequeño te enseñan que en la vida hay que correr. No hay espacio para verte, para tocarte los pies.
Te despiertas y ya tienes que obedecer. Vestirte y acomodarte para salir ahí afuera, donde todos están tristes y no saben bien por qué.
Es el mundo del revés. No tienes tiempo de nada, ni de besar a tu hermana, ni de tomarte el café.
Hay que correr y correr y hacer como que no paras, producir, enloquecer, salir de ti y de tu alma.
Sólo cuenta dónde vives, en qué trabajas, cuánto ganas. Si llegas a fin de mes, si tomas cerveza o cava.
No te enseñan a parar hasta que te salen canas…y entonces oh¡ que afán por ser útil aunque sea a distancia.
Aprender a disfrutar del arte de no hacer nada, de mirarte para dentro, de escuchar ese silencio que aparece cuando paras.
Y disfrutar de las tardes, y aprovechar las mañanas. De desayunar despacio, de dormir cuando tengas ganas.
De comer cuando se pone el sol, de beber cuando haya sed, de caminar un poquito y de meditar después. De hacer yoga o bien chi kun, de coser o de zurcir, de reir de todo y nada, de vivir, solo vivir.
Y llegar a ser mayor y aprender a discernir que es mejor vivir así sin demasiada ambición.
Que merecemos tener una casa y un hogar, buena comida en la mesa y un corazón para dar todo el amor que te sobra a esa persona especial que por las noches se acuesta contigo en algún lugar.