Pero si están todos enfermos, cargados de fármacos, de dolor físico y mental. Solos, obedientes, asustados, cual almas penitentes cada cual con su calvario.
Acuden a los centro de enfermedad en busca de su salud, para poder alargar un poco más su sufrimiento en aras de un bienestar que es cada vez más pequeño.
Y así, en fila de a uno, van todos sin rechistar, entre informes imposibles y recetas para la ansiedad.
Anuladas voluntades caminan hacia el cadalso, creyéndose a pies juntillas lo que dicen otros mansos. Lo que opinan los más doctos, lo que obligan, lo que dictan, las normas, los recetarios, los que recetan pastillas.
Pastillas que nunca curan, pastillas que contaminan. Procesiones de almas puras caminan hacia la ruina.
Ambulancias y camillas, bastones, sillas de ruedas, la enfermedad es un negocio y todos siguen la fiesta.
Quítate esa mascarilla que te vuelve otro fantasma, sacúdete la ignorancia. La vida no se negocia con vacunas de farmacia.