Rodeada de gorriones, de mirlos y de palomas, esta loca cuarentena resulta menos incómoda.
Doy las gracias cada día, por este mi paraíso, entre flores, entre uvas, limones y muchos higos.
Se oyen perros a lo lejos, gallos, y algunos vecinos, pero aquí impera el silencio de la montaña y el viento te susurra en el oído.
Mientras preparas tu almuerzo y te miras el ombligo, pienso en todas las cuidades con sus niños aburridos, en los viejos moribundos y en todos los despedidos.
Y sigo dando las gracias por mi suerte merecida, ojalá que todo el mundo también la tenga algún día.
