Nacemos con el deseo de ser amados, reclamamos constantemente amor, ávidos y sedientos lloramos y no nos consolamos hasta que lo logramos.
A medida que crecemos nos olvidamos y a veces hasta renunciamos. Nos volvemos ermitaños y no nos comunicamos.
El deseo de amar y ser amados persiste, pero no lo hemos regado y se va secando. No echa flores y como tampoco lo abonamos, no crece y a veces llega a marchitarse.
Pero el deseo es persistente y se resiste a morir. Resucita cada noche cuando vamos a dormir. Y vive en forma de sueños, a veces de pesadillas, se esconde en las almohadas, se oculta tras tus rodillas.
El deseo es caprichoso y no se deja vencer, ni siquiera con la muerte, tampoco con la vejez.
Abona y riega el deseo, no vaya a ser que se escape y pierdas al compañero.
