Yo conocí a vuestra trastatarabuela, la llamábamos la yaya sin dientes. Era una señora muy viejita, como yo la recuerdo, sentadita, pequeñita y, según decía vuestra tatarabuela, que era su hija, tenía malas pulgas, es decir mal carácter.
Ibamos a verla cuando llegaba la Navidad, era como un ritual, o una obligación más bien…
Vuestra trastatarabuela debió de tener una vida complicada, como creo que tuvieron todas las mujeres y muchos hombres en aquella época.
La recuerdo vestida de negro con una mueca de sonrisa que mostraba su boca sin dientes.
Seguro que habría sido una bruja en su juventud, bruja buena por supuesto, pero con el tiempo y los achaques parecía más una bruja pirula de esas que tienen berrugas en la nariz.
Vuestra trastatabuela tuvo varios hijos, entre ellos mi yaya querida, la yaya Concha, con la que pasé muchos veranos cuando yo era pequeña…
Cuando hayáis nacido y pasemos los veranos juntos os seguiré contando historias, como las que les contaba a vuestras madres de chiquitas.
Me las inventaba todas, pero ¿sabéis una cosa? Ahora tengo más imaginación. Vais a flipar🥰
Si apenas nos percatamos de nuestros cambios a lo largo de los años…
Si no somos capaces de darnos cuenta que hemos envejecido y que de pronto nos salieron canas y arrugas.
Si nuestro interior sigue siendo ese niño que busca a su madre ausente…
¿Cómo vamos a darnos cuenta de que nuestros hijos ya no necesitan nuestra teta?
Que se convirtieron en adultos, aparentemente libres para tomar sus propias decisiones y cometer sus propios errores
Que son autónomos y que ya no nos necesitan…
Que debemos dejar de pensar en ellos como si aún fueran nuestros niños, a los que educamos mejor o peor, cómo pudimos, cómo supimos, cómo quisimos…
El mayor desafío es saber estar, lograr ser en cada momento de nuestra corta vida el hombre y la mujer en perfecto equilibrio con su momento vital, con su entorno, consigo mismo.
No somos conscientes de nuestros ciclos vitales y andamos errantes buscando un niño que se hizo viejo sin enterarse.
Su energía de adolescente rebelde no se corresponde con su destrozado esqueleto.
Viejo, pesado, descuidado y desgastado, es una caricatura de la humanidad.
Conservar el cuerpo sano y ágil debería ser una obligación, antes de morir hecho una piltrafa humana que no se aguanta de dolor.
La medicina no sirve para nada si nosotros mismos no somos responsables de nuestra salud.
Algunos se quieren tan poco que esperan que sea el espejo quien les devuelva la imagen que ellos mismos destrozaron a lo largo de años de maltrato.
Cuando el espejo no reconoce al niño que llevamos dentro…nuestro cuerpo, nuestro rostro, nuestra barriga y nuestros achaques nos recuerdan que es nuestra misión llegar a la muerte con dignidad.
Viva la vejez joven y sana y la mente abierta para darnos cuenta de ello.