Nacemos en primavera, regordetes y risueños. Nos muda la piel y el sueño nos hace sobrevivir. Y reímos y lloramos y a veces nos consolamos cuando mamá nos da teta.
En verano maduramos, crecemos, nos graduamos. Nos enseñan a obeceder y nos asustan de todo y nos mantienen a raya de ilusiones y malos modos.
Luego en otoño lloramos, no dejamos de llorar en ninguna estación, sin embargo es en otoño cuando las lágrimas son condición sine qua non.
A veces nos rebelamos, sobre todo los más sabios, los valientes, los jabatos. Otros nos quedamos quietos, como gatos asustados, paralizados, cabreados, inmóviles y atontados.
Y entonces llega el invierno, la estación introspección, donde los intensos fríos nos hielan el corazón.
Muy corta esta buena vida para perder la partida en busca de una ilusión!