ACEPTAR

Aceptar-te: a ti mismo, a tu sombra, a tu luz, a tu perfeccionismo, a tu inconformismo, a tu infantil egoísmo.

A tus contradicciones y a tus adicciones, a tus pensamientos y a tus sentimientos.

A tu cuerpo, a tu imagen y a lo que imaginas que eres.

Aceptar que el mayor reto es llegar a conocerte y amarte tal y como eres, sin aparentar, sin esperar la aprobación, sin necesitar que nos quieran y dejándolos querer sin expectativa.

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Aceptar-le: a tu prójimo próximo, a tu pareja, su singularidad, lo que lo diferencia de ti y te complementa, pero también te molesta.

Soltar, liberar, respetar la diferencia aunque no la entiendas, ni la compartas.

Y seguir caminando en paralelo. Dejando espacio, sin dejar de contactar con su piel, su olor, su respiración.

Aprender a amar, a mirar al otro, a confraternizar, a empatizar, a humanizar.

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Aceptar-lo: todo que te pasa, lo que te ‘hacen’ y lo que ‘no te hacen’, lo que esperas y no sucede y lo que sucede sin que te lo esperes.

Los inconvenientes y las dificultades de la vida.

La enfermedad como maestra y el dolor como ejercicio de la paciencia.

Las frustraciones, los malos entendidos y los desacuerdos.

Los conocidos amigos y los amigos desconocidos.

Las desgracias ajenas, las propias.

Las malas noticias. Los malos ratos, los trabajos difíciles y las injusticias.

Aceptar que a nadie le importa más que sí mismo, y todos somos nadie y ‘si mismos’ al mismo tiempo.

Únicos e iguales.

Distintos pero semejantes, hermanos y enemigos, perfectamente duales y maravillosamente divinos.

 

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