María Elena veía el horizonte como un mar en calma. Había librado ya muchas batallas y no le daba miedo el futuro. Había vivido ya muchas vidas y no temía la muerte, puesto que no creía en ella.
María Elena estaba tranquila, disfrutando de su compañía. Se amaba a sí misma y su corazón lleno de amor para dar, no le cabía en el pecho.
Conocía el poder sanador del Amor y la grandeza de ser agradecido. El agradecimiento atrae bendiciones infinitas y María Elena lo sabía y lo practicaba a diario.
Había llegado al grado de madurez suficiente para aceptar lo que no podía cambiar con paz y serenidad. Y cambiar sin esfuerzo, pero con eficiencia y alegría, lo que estaba en sus manos.
Se había propuesto practicar la gentileza consigo misma y con los demás, aunque a veces le resultara difícil, sobre todo con seres oscuros y amargados.
María Elena estaba alcanzando un grado de conocimiento de si misma, de sus emociones, de sus sentimientos, de su ego…y si continuaba asi se convertiría en un ser humano sabio.