No sabía María Elena que en la vida entre paréntesis lo de dentro y lo de afuera nunca se encontraban.
Ella no entendía la separación.
Venía de un mundo total, unificado y armonioso. No entendía que a veces en esta dimensión hay que tomar distancia.
Ella no sabía de distancias. Vivía en el eterno presente infinito.
Chocaba a menudo, María Elena, contra el muro de la separación.
En este mundo todo está separado: los días de las horas, los hijos de sus padres, los hombres de las mujeres, los ricos de los pobres…
La separación se fomenta, se premia, se necesita para desarrollar la individualidad de cada ser encarnado.
Como si sentirse parte de un todo significase perder parte de tu naturaleza individual.
Separados se nos controla mejor, eso lo sabía Maria Elena, por ese motivo ella se resistía a sentirse separada.
No concebía la separación.
María Elena era un Ser de Luz. Una esencia eterna llena de gentileza y amor hacia todas la criaturas que compartían la vida con ella.
Era hermana de los gatos y abuela de los gorriones. Madre de todos los niños y esposa de los halcones.
Era nieta de la luna e hija del padre sol. Y amiga de los delfines y esencia del mismo Dios.
Maria Elena se sentía Una con cada estrella, no concebía la separación y está vida entre paréntesis le causaba desazón.
Se fue a dormir, María Elena, dándole gracias a Dios, sabía que él la acunaba y acariciaba su corazón.
Su madre Tierra la amaba y su padre le cantaba una canción.
¡Qué suerte tienes amiga! Tú entendiste este follón. Esta dualidad antigua sólo te causa dolor.
Bendita seas mi amiga. Bendita tu condición, de Ser puro y amoroso, sin malicia, ni rencor.
Reverencias y caricias, aplausos y mucho amor, te regalan hoy los dioses. Tú entendiste tu misión.