La siembra es un acto de humildad. Se siembra algo intangible, casi invisible. Se siembra a ciegas, con fe en el resultado pero sin esperar nada.
La cosecha es un regalo. Cosechas lo que siembras, se suele decir metafóricamente.
Yo siempre he intentado sembrar amor. Seguro que a veces no lo he conseguido, por ignorancia o por inconsciencia, más nunca por maldad.
Siembro desde el corazón para llegar a tu corazón porque creo firmemente en la humanidad. En la bondad del ser humano. En la redención y en el perdón.
En el don de per-donar como explica magníficamente Daniel Lumera.
La siembra también te invita a practicar la paciencia y a que, después de un tiempo, ocurra algo mágico y maravilloso. Ocurra que, sin esperarlo alguien te agradezca lo que sembraste.
El don del agradecimiento y el don del perdón. Los mayores tesoros de Ser humano. De sentirte parte de un Todo más grande.
Recoger los frutos de la siembra es un privilegio, una bendición, un regalo.
Te reconcilia con la vida esa cosecha. Te ayuda a creer en Dios.
Nunca dejes de sembrar. Confía en la semilla porque con amor y paciencia siempre acaba dando fruto.
Me parece preciosa la reflexión, que puede servir de gran ayuda
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