Entre el cielo y el infierno, en esa línea finita que separa la vigília del sueño.
Entre la duda y la certeza, el miedo, el amor, la incerteza y la seguridad. Ahí despierto cada día y no me voy a quejar.
No sé si ese es mi destino, o si lo he elegido yo, me es igual. Ahora estoy en el camino y no me voy a parar. Mirar atrás no conviene, pa’lante mejor no mirar, sólo vivir el presente, ese es el punto ideal.
Mi misión no la conozco, pero la puedo intuir: fluir feliz con la vida, soltarme y dejarme ir.
Aprender a confiar, a atender a las señales, a agradecer y a callar. Y no meterse con nadie.
Entre el cielo y el infierno hay una línea muy fina. Practica la compasión contigo misma, querida.