Era el título de una serie que doblé hace muchos años, cuando estaba convencida de casi todo en la vida.
Era vehemente, guerrera, apasionada, esperpéntica.
Y la vida pronto me enseñó la senda.
El camino del destino que yo misma había escogido, para mi mayor bien, según tengo hoy entendido.
Y no fue fácil el reto.
Empecé mis rituales casi con 50 años, en la mitad de mi vida aprendí de maestros muy sabios.
Me enseñaron muchas cosas que yo adquirí con pasión. Estaba ebria de sueños, de ganas y de ambición de ser feliz algún día siguiendo a mi corazón.
Los Maestros aparecen cuando más los necesitas y un día desaparecen sin que causen pesadillas. Porque el maestro interior, ese que llevas contigo, empieza a emerger de pronto desde el fondo de tu ombligo.
Y entonces ya no hacen falta rituales, ni ornamentos. Tú eres tu luz y tu sombra, tu alumno y tú mejor maestro.
Empiezas a conocerte, a quererte como a nadie. Para amar a tus hermanos a ti debes adorarte.
Y en esas estoy ahora, aprendiendo a disfrutar del placer de conocerme a mi y a mi otra mitad.