Mi generación no tiene joroba. No camina por la calle con la cabeza agachada. Mi generación mira de frente.
Teníamos más libertad a pesar de haber nacido en una dictadura. Podíamos salir de casa sin que nadie supiera nuestra ubicación.
No teníamos necesidad de estar en contacto permanente con nadie. Ni estábamos continuamente mirando una pantalla mientras íbamos en metro o en autobús.
No atendíamos el teléfono en cualquier lugar y a cualquier hora.
Disfrutábamos de nuestra intimidad sin exponernos a las redes sociales. Compartíamos las fotos de los viajes y la música en los cassettes y tocadiscos.
Nuestra generación no tenía internet y buscaba las direcciones en los mapas y los sinónimos en los diccionarios.
No consumíamos series interminables, íbamos a ver películas en cinemascope sin ruidosas palomitas, a lo sumo comíamos pipas en los cines de verano y bocatas de tortilla con coca-cola.
Mi generación no utilizaba el móvil para distraer a sus hijos en los restaurantes, ni se ponía auriculares para caminar por la calle desconectados del resto de seres humanos.
Mi generación se llamaba por teléfono y no se veía la cara, como la de mis padres se enviaba telegramas y cartas, sin escucharse la voz.
Las ciencias adelantan y los seres humanos a los de mi generación cada día les parecen menos humanos.
Será porque, como siempre, las generaciones nunca se comprenden. A pesar de que todas ellas buscan siempre lo mismo: cariño, atención, comprensión, empatía…amor y solo amor.